Viajeros Ingeniosos
Autora: Mónica Rodríguez del Rey

Angélica y Juan José, además de conformar un feliz matrimonio durante largos años, comparten una misma pasión: viajar. Desde muy jóvenes, recorren la Argentina en todos los medios posibles. Ya sea en tren, auto, ómnibus, barco, con hijos o amigos y hospedándose en hoteles, camping o casas, disfrutaron de los más diversos lugares con igual satisfacción. De cada sitio conservan recuerdos imborrables: fotos, objetos, pósters, música y especialmente sus retinas guardan imágenes que, al cerrar los ojos, reviven como presentes.

Por eso, cuando al crecer los hijos comenzaron a abandonar la casa paterna, en vez de lamentar el "nido vacío", tuvieron una idea genial: reproducir los sitios compartidos con mayor felicidad. Así, por ejemplo, la habitación de Pablo, el mayor de los descendientes, se convirtió en un espléndido paisaje misionero. Un gran póster del salto de las Dos hermanas, ocupa casi por completo una de las paredes, mientras que sobre una mesita se acomodan las réplicas en miniatura de la choza construida por Horacio Quiroga y de las misiones jesuítica. Un yaguareté, un coatí y un tucán de colorido plumaje, tallados por indígenas, se lucen sobre unos estantes salpicados con piedras de Wanda, en tanto las fotos sonrientes de los integrantes de la familia navegando en un gomón muy cerca de la Garganta del Diablo, se ubica entre palmeras y yerbas bravas.

En la habitación de al lado, donde habían dormido Stella y Analía, las mujercitas de la casa, se respiraba aire de mar. Una imagen ampliada de la playa al atardecer, obra de Juan José como fotógrafo aficionado, parecía despedir la brisa entre aleteos de gaviotas. Unas redes desplegadas delante de lobos marinos y un salvavidas de un lanchón pesquero, refieren al Puerto de Mar del Plata; mientras que el retrato de los chicos jugando en la arena, impregna de ternura el lugar.

El paisaje patagónico se presenta en el pequeño cuarto de Guillermo, el menor de los hijos. Una pared pintada con arrayanes de distintos tamaños, las fotos familiares en la cabaña donde permanecieron unas lejanas vacaciones de invierno, junto a las de los muchachos esquiando en el Cerro Catedral o a orillas del espejo del Lago Gutiérrez ensambla el espacio. No faltan, por supuesto, los gnomos del Cerro Otto, adonde ascendieron en teleférico, ni los gorros con guardas para cubrirse del frío.

Demás esta decir que, aunque la casa parecía demasiado grande cuando "volaron" los hijos, no fue lo suficiente como para representar los bellísimos lugares recorridos. Se las ingeniaron para que el paisaje cuyano, cordobés, pampeano, litoraleño fueran representados en rincones.

El entusiasmo y la creatividad demostrados por Angélica y Juan José en ambientar cada sitio, motivó que familiares o amigos se involucraron en un juego que disfrutaban a pleno. Así, por ejemplo, cuando celebraron el cumpleaños de la mujer, lo hicieron con aire norteño. Sirvieron empanadas salteñas, tamales, vino de Cafayate con fondo musical de Los Chalchaleros y Nocheros para finalizar con la torta con dulce de Cayote y alfajores tucumanos.

No faltó quien, conociendo los paisajes de los ingeniosos viajeros, pidiera almorzar a orillas del mar y llegaran al encuentro en bermudas y con sombrilla playera.

¡Y qué hablar cuando, en medio de una cena en suelo misionero con una suave guarania sonando, una invitada saltó de la silla gritando aterrorizada al ver a sus pies una yarará serpenteando que parecía real! Todo marchaba a la perfección. Juan José, siempre buscando nuevos desafíos a su imaginación, se animó a hacer "curanto" en el jardín, esa comida que saborearon en Colonia Suiza y consiste en cocinar carnes y verduras en un hoyo sobre piedras calentadas con brasas y cubiertas con hojas y tierra. Dulces de El Bolsón y chocolate en rama completaron el menú.

Pero...como al mejor cazador se le escapa la liebre, una tarde sucedió algo que el matrimonio no esperaba. Recibieron un llamado telefónico de unos primos radicados en Brasil desde hacía varios años y venían a Buenos Aires de vacaciones:

- ¡Hola! -¿Juanjo? Soy tu primo Sergio-se escuchó con acento portugués.
- ¡Qué alegría escucharte!
- En quince días viajamos a Buenos Aires... .
- Vendrán a visitarnos, ¿verdad?
- Claro.
- ¿Cómo están las cosas por allá?
- El trabajo, felizmente, bien. Pero no nos acostumbramos al clima...
- Viven todo el año en verano, ¿no?
-Tal cual, así que voy a pedirte algo especial.
- Lo que quieras, primo.
- Sé lo de tus paisajes...
- ¡Ah, sí! Comenzó como una simple ocurrencia y te aseguro que cada vez nos entusiasmamos más con la idea.
- Ya me lo contaron tus hijos que vacacionaron por acá. Mi pedido tiene que ver con eso. Mi sueño es estar, aunque sólo sea por unas horas, con un frío tan intenso como para recordarlo cuando el calor sofoca. Quisiera comer en la Antártida-concluyó.

Juan José enmudeció e hizo espantado una seña a su mujer que permanecía a su lado. -¿Alguna mala noticia?-le susurró ella al oído. -¡Ni te imaginás!-le contestó en secreto. -Por favor, estoy empezando a preocuparme... -Esperá, le contesto a Sergio y te explico. Juan José saludó al que estaba del otro lado de la línea diciendo que, en quince días, cenarían encantados en alguna Base de la Antártida. Apenas cortó la comunicación, confesó lo conversado. No sólo cayeron en la cuenta que carecían de un paisaje antártico en la casa sino que, además, sintieron vergüenza como argentinos, el desconocimiento por completo de esa parte del territorio. Si bien jamás tuvieron como objetivo recorrer el desierto helado pues no constituye un lugar de turismo, tampoco tenían idea de cómo era la vida allí. Lo mínimo aprendido en la escuela, hacía tantos años, casi lo habían olvidado. Los textos o enciclopedias utilizadas por los hijos, habían sido donados a la biblioteca popular del barrio e Internet, no es cosa sencilla para gente con varios décadas de existencia...

Sin más armas que la buena voluntad por satisfacer el especial pedido y la curiosidad por recorrer, aunque más no sea con la imaginación el desconocido paisaje, se dirigieron en busca de ayuda. Sentados en una mesa cerca del bibliotecario, hojearon durante más de dos horas, el material que él gentilmente les proveyera. La Antártida se mostraba ante ellos casi como por primera vez. Descubrían, con ojos de niños, el fascinante paisaje blanco.

El camino de regreso a la casa fue más distendido. Habían "recorrido" algo desconocido y ya sentían que podían recrearlo con la imaginación. Apenas llegaron, ubicaron el escenario cerca de la puerta de entrada a la vivienda. La decisión respondía a la ubicación que tenía el aire acondicionado al cual probaron en su máxima potencia. El clima, al menos, se asemejaba al antártico. A partir de allí, las ideas surgían sin cesar en espera de la ansiada visita.

Por fín, llegó la noche en que cenarían con sus invitados en la Antártida. Un gran pingüino de galera daba la bienvenida. Un poster del mar helado ocupaba una de las paredes y se experimentaba un temblor frío en todo el cuerpo con sólo observarlo. En el cotillón consiguieron nieve artificial en espuma y la colocaron frente a un ventilador cerca de la mesa, lo que provocó que, durante el transcurso de la cena, el viento blanco cubriera la ropa y el mantel naranja que ya al final, había desaparecido bajo la capa nívea acumulada.

- ¡Qué fresquete!-suspiró la invitada.
- Y esto ni se compara con el clima reinante allá...-contestó la dueña de casa.
- Pensá que soportaron bajísimas temperaturas viviendo en carpas-agregó Juan José.
- Permanecer allá no es hacer turismo, precisamente-reflexionó el primo.

Angélica lució sus cualidades como cocinera con unas exquisitas empanadas de krill que fueron la delicia de los comensales.

Pero el encuentro no terminaba ahí. Acompañando al chocolate servido para el postre, desplegaron sobre la mesa, el nuevo mapa de la República Argentina con el sector Antártico en sus dimensiones y ubicación tal como en escala deben mostrarse. Los visitantes, sorprendidos, comparaban distancias y no dejaban de asombrase por el tesoro que representa ese territorio. Sin pérdida de tiempo, la anfitriona depositó fichas de diferentes colores y explicó las reglas del juego. Una ruta marcada entre La Quiaca hasta... última Base Antártica, debía ser recorrida por los participantes y el que primero llegase, resultaba ganador. Claro, así explicado parecía sencillo de competir, mas no lo era. Debían elegir un color de ficha con qué competir, se arrojaba un dado (muy grande) que determinaba los lugares para avanzar o retroceder. En vez de hallarse los números del 1 al 6 en las caras del cubo, había dibujos. A cada uno de ellos, se le asignaba un puntaje:

Pingüino Avanza 1 lugar  
Foca Avanza 2 lugares  
Paloma Antártica Avanza 4 lugares  
Barco Avanza 8 lugares  
Avión Avanza 12 lugares  
Cangrejo Retrocede 6 lugares  


Si bien al principio los invitados se mostraron algo desconcertados con la propuesta, enseguida se "engancharon" con el juego aplaudiendo y riendo ante cada jugada. Y como si faltara algo para la diversión, con un mazo de naipes disputaron la Base Robada, que al igual que la Casita, las pilas formadas por los participantes tenían nombre de Bases Antárticas y las barajas acumuladas representaban a los integrantes de cada dotación. En reñida final entre la Esperanza y la Jubany, esta última fue la que reunió mayor cantidad de naipes (hombres).

Luego de varias horas de entretenida permanencia, la visita había llegado a su fin. Los invitados sintieron que, además de que su pedido estaba ampliamente satisfecho, el orgullo de haber nacido en la Argentina se fortalecía. Los dueños de casa sólo tuvieron palabras de agradecimiento hacia quienes con un ingenuo pedido los habían hecho viajar hacia ese apartado y desconocido lugar en el que están puestos los ojos del mundo.

Mónica Rodríguez del Rey

Cuento que integra la colección de narraciones sobre la Antártida dedicadas a los niños, escritas especialmente por la autora para la Fundación Marambio.
Estos cuentos son:

 

Fundación Marambio - www.marambio.aq - Tel. +54(11)4766-3086 4763-2649