El Monstruo de la Antártida

Emanuel tiene doce años, vive solo con su abuela Ethel y concurre al 6° Grado B de la escuela pública a pocas cuadras de su casa.

Tiene muchos amigos y todos sus vecinos lo quieren. Le gusta jugar al fútbol y leer revistas de historietas. Hasta aquí, podría ser la vida de cualquier chico, pero no.

Las reiteradas llegadas tarde a la escuela por quedarse charlando con el kiosquero, los deberes sin hacer o las continuas distracciones en el aula, le dieron el título de "El último de la clase", lo cual no le preocupa.

A pesar de la diferencia de edades, la relación entre abuela y nieto marcha bastante bien. Comparten el único televisor de la vivienda fluctuando la programación entre noticieros y telenovelas mexicanas para Ethel y fútbol o películas de aventuras para Emanuel. Piratas o seres del espacio, villanos o héroes, atraen al chico por igual, mientras que la abuela es especialista en pronósticos y catástrofes naturales, además de las lágrimas fáciles provocadas por los culebrones.

Seguramente, por constituir un núcleo familiar tan pequeño, se profesan mutuo cariño y, aunque la mujer mayor se moviliza con soltura, el chico la acompaña a todas partes por ser "el hombre de la casa".

Una tarde, concurrieron al consultorio del odontólogo. La sala de espera, repleta de pacientes, auguraba varias horas de permanencia ahí.

Emanuel revisó la mesa de las revistas intentando entretenerse con algo sin conseguirlo; maquillajes, los vestidos de las bodas de la realeza europea o las últimas carteras de la colección otoño-invierno, no eran noticias que pudieran interesarle.

Debajo, una publicación con llamativos colores, despertó su curiosidad. "Personajes" se llamaba y en el interior un remero que había remontado el Río Amazonas con su kayak, contaba mil peripecias. Emanuel no podía creer lo que estaba leyendo.

Pero su entusiasmo llegó a lo inesperado cuando se topó con la nota siguiente en la cual un antártico relataba experiencias únicas en el helado continente. Algunas fotos que ilustraban el reportaje, provocaron la avidez del lector por conocer más y más de esos viajes.

Tan cautivado estaba con la lectura que ni siquiera percibió la salida de la abuela del consultorio con su dentadura postiza reluciente:

-Vamos, hijo-dijo sonriente
-¡Abu, qué bien quedaste!
-Gracias.¿Y vos te aburriste?
-Viajé con la mente como vos decís.
-¿Dónde estuviste?
-En la Antártida-contestó doblando la revista en cuestión debajo de la campera.
-Hay una nota que necesita para la escuela...-justificó Ethel a la secretaria.
-Está bien, señora-contestó la empleada.

Durante el regreso, el chico no paró de contar lo leído. Tanta fue la impresión causada que, durante la cena hasta tomó sopa sin protestar ante el comentario de la abuela quien escuchó en el noticiero que en Marambio hacía 17 grados bajo cero de temperatura y, seguramente, allá la hubiesen tomado gustosos para calentar un poco el cuerpo.

A la mañana siguiente, muy a pesar suyo, Emanuel madrugó para concurrir a la escuela. Llegó tarde y, al ingresar al aula después del reto de la Directora, se encontró con la Profesora de Plástica dando las consignas de trabajo.

Se sentó y, por lo bajo, susurró a su compañera:

-Maia, estoy al horno.
-¿Por qué?-preguntó la chica en igual tono.
-Me re colgué y no traje nada de lo que pidió ésta...
-¿Quién, la señorita de Dibujo?.
-Obvio.
-¿Y, qué vas a hacer?
-Si vos me prestás algo para zafar, prometo no contar a nadie que ayer te vi en la panchería con Tomás...
-¿Cómo?
-Sí, sí, con el que entró nuevo a 6° A...
-A eso se le llama "extorsión" -se quejó Maia.
-Es lo que hay. Tómalo o déjalo -sonrió maliciosamente Emanuel.

La compañera no respondió pero colocó en el centro de la mesa una paleta con distintas témperas, un recipiente con agua y trapos.

Sin decir palabra, le extendió una hoja de papel canson (se escrobe así ?) y un pincel tan grueso que hubiese servido para marcar en dos minutos la cancha de básquet. Antes de recibir el agradecimiento por el favor, agregó:

-De las témperas podes usar solamente la negra y la blanca, las demás las necesito yo para mi dibujo.
-¿Y qué puedo pintar con eso?-se impacientó el chico.
-Es lo que hay. Tómalo o déjalo -se vengó la compañera.

No había demasiadas opciones. Con blanco y negro podría representar una pelota de fútbol o un tablero de ajedrez, sin poder agregar nada. Un jugador, fichas o cualquier otro elemento requerían de colores que él no tenía.

Por si fuera poco, debajo del dibujo debía contarse una breve historia, en tan sólo veinte renglones, referida a la expresión plástica.

La profesora recorría las mesas observando los trabajos de los alumnos. Emanuel vio que avanzaba hacia su lugar. Maia ocupaba su hoja con una princesa rodeada de flores y corazones. Pavadas de mujeres que probablemente lograría el visto bueno.

Decidió viajar con la mente. De inmediato dio algunas pinceladas con blanco en la base de la hoja y otras con color negro hacia el extremo superior.

En un segundo recordó la nota que lo cautivó en la sala de espera del dentista, las conversaciones con la abuela y algunas historias como la de Nahuelito, el monstruo que aparecía en las aguas del Lago Nahuel Huapi que ella alguna vez le contó y, cuando la docente se detuvo a observar su tarea, le preguntó:

-¿Qué estás pintando?
-Lo blanco representa a la nieve y lo negro a un monstruo...
-¡Qué imaginación! ¿Dónde ubicas la escena?
-En la Base Marambio de la Antártida Argentina. Por eso el monstruo se llama Marambito -respondió seguro.
-Y ya habrás pensado el relato que va a continuación...
-Sí.

La profesora Ana prosiguió satisfecha su recorrida no sólo por la historia inventada sino también por haber logrado por primera vez que Emanuel trabajara durante su hora.

Entusiasmado, escribió:

Marambito: el monstruo de la Antártida

Esta historia comienza hace cuarenta años, cuando fundaron la Base Marambio y decidieron construir una pista de aterrizaje para aviones de gran porte como el Hércules C-130.

Era necesario despejar y alisar el terreno. Sin máquinas y contando sólo con palas y picos, los integrantes de la Patrulla Soberanía despejaban el suelo de piedras.

Una de gran tamaño fue movida entre cuatro hombres y quedó agrietada.

Mientras descansaban, lo que parecía una roca se sacudió y se partió.

Era un huevo y de ahí salió una masa pegajosa y negra que se arrastró, bajando hasta el mar y se sumergió.

Al cabo de un tiempo, el piloto del avión que aterrizaba por primera vez en la pista, vio desde lo alto un monstruo que emergía de las heladas aguas.

Algunos no creyeron lo que contó pero se convencieron poco después cuando recibieron el pedido de auxilio de un barco ruso.

Desde la torre vieron como era sacudido por el monstruo como un papel quedando con el casco hacia arriba y desapareciendo toda la tripulación.

¿Fueron devorados por el monstruo? Las mismas escenas de terror se repitieron con otras embarcaciones japonesas y noruegas, hasta que decidieron cambiar la ruta para no atravesar el territorio de Marambito, hecho que lo enfurecía.

Su presencia es un misterio pero nadie intenta destruirlo.¿Por qué será?

Emanuel, 6°B

Los trabajos realizados fueron exhibidos en el patio; pero sólo el de Emanuel con su increíble historia fue publicado en el Periódico Escolar. Ethel concurrió orgullosa esta vez pues no se trataba de recibir quejas de su nieto, muy por el contrario elogios, pues había dejado de ser el último de la clase para transformarse en el héroe de la Escuela.

Cuento que integra la colección de narraciones sobre la Antártida dedicadas a los niños, escritas especialmente por la autora para la Fundación Marambio.
Estos cuentos son:

 

Fundación Marambio - www.marambio.aq - Tel. +54(11)4766-3086 4763-2649