Fundación Marambio

Nochebuena blanca en Marambio

24 de diciembre de 2013

Autor: Juan C. BENAVENTE, desde la Base Marambio, Antártida Argentina

No fue como ilustran las postales navideñas, con árboles europeos y comarcas medievales, con un Papá Noel abrigado para otro tiempo y lugar. Pero hubo (hay) nieve, y los únicos árboles fueron de cotillón, de interior con guirnaldas eléctricas. Allá, en la otra Argentina, la originaria, la de nuestras familias y destinos, el calor arrecia, no da tregua.

Aquí, en los 64º 14`38" Sur y 56º 38`30" Oeste, nuestro domicilio transitorio, la Base Marambio, finalmente el 24 por la tarde comenzó a nevar. Los copos eran grandes y escamados, del tamaño de una moneda de veinticinco centavos. Nevó suave, nevó toda la noche y sigue nevando. La tan esperada nochebuena con nieve, la que muchos nunca conocimos, ocurrió.

Postales de un lado y del otro de nuestro extenso territorio. Digo nuestro, porque es el único pronombre utilizable para quienes pensamos y sentimos que esto también es Argentina, a pesar de la coyuntura.

Postales y contrastes. Así es un poco nuestro país, así fue y es nuestra historia, así somos. Contrastes más intensos, con pocos grises. Hasta si hablamos del tiempo meteorológico es así. Nochebuena antártica, ¿Se me permitirá aplicar el gentilicio marambiense, de manera transitoria? Porque de alguna manera tenemos que referenciarnos los 110 argentinos que actualmente ocupamos esta base Antártica, la más grande que tiene nuestro país aquí, creada y administrada por la Fuerza Aérea, base que ya cumplió los 45 años de edad.

Y bien, los marambienses ayer brindamos a medianoche luego de una abundante cena, brindamos por cumplir nuestra tarea, brindamos por nuestras familias que tienen que afrontar difíciles situaciones en la Argentina sudamericana, brindamos por nuestros hijos que nos extrañan y que deseamos puedan comprender este trabajo, este esfuerzo que hacemos todos, ellos y nosotros. Brindamos por nuestro país, por nosotros, por una buena campaña antártica.

No hubo muñecos de nieve porque todavía la capa blanca no es abundante, pero sí alegres fotos diurnas a la una, a las cuatro de la madrugada, con agradables 3º C bajo cero de temperatura. Porque desde que llegamos, el 1 de noviembre, la noche es un recuerdo lejano. En esta época, el sol no se mueve de este a oeste describiendo un arco, como aprendimos en la escuela. El sol sube del horizonte antes de las 3 de la mañana, desde el sudeste, describe casi un giro por todo el cielo para bajar a las 23.30 aproximadamente en el sud-sudoeste. Y con el cielo parcialmente nublado hacia el poniente, la luz crepuscular tiñe de rosas, naranjas y rojos los témpanos y escombros de hielo que flotan en el Mar de Weddell. Un espectáculo único, sublime. La inmensa y hostil soledad antártica, y nosotros, todos los antárticos de ayer y hoy, únicos testigos de esta inmensidad, de la plenitud de la naturaleza.

Postales y contrastes. No olvido a mi Bernal natal, esa localidad quilmeña del conurbano bonaerense que puja por mantener su olor a pueblo, a pesar de los edificios que crecen por doquier. Aquí, mirando los eternos glaciares y los témpanos, el mar cambiante desde esta pequeña isla antártica, los recuerdos se parecen más a ensueños, hasta que suena el teléfono o la TV nos muestra la otra realidad a miles de kilómetros.

La Navidad –la natividad- es la celebración del nacimiento. Tal vez, para los que atravesamos esta experiencia antártica, una navidad aquí no es como cualquier otra. Es también un nuevo nacimiento. Como escribió Ralph W. Emerson en 1836: "En el paisaje tranquilo, en la lejana línea del horizonte, el hombre contempla algo tan hermoso como su propia naturaleza".

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