Un Crucero para Quirico

Autora: Mónica Rodríguez del Rey

Por si alguien no lo sabe, Quirico es un pingüino vanidoso y poco sociable. No nació en Antártida sino que está allí casi por casualidad. Vivía en la costa patagónica Argentina y, durante un temporal, un gran barco que acababa de dejar el Puerto de Santa Cruz dirigiéndose hacia el sur, encalló.

Por la rotura del casco, una enorme mancha de petróleo tiñó las aguas del Océano Atlántico. Si bien no fue una tragedia como la del célebre Titanic pues no se perdieron vidas humanas, sí afectó a muchísimos peces y otras especies que habitan las costas o el cielo.

Una gran colonia de pingüinos, entre ellos Quirico, fue trasladada a Ushuaia. Un equipo de veterinarios de las Universidades de La Plata y Buenos Aires viajaron especialmente y se hicieron cargo de ellos. Limpiaron con paciencia el petróleo que cubrió plumas y cueros, les hicieron una dieta acorde a su alimentación natural y, por sobre todo, les brindaron el afecto y la dedicación necesarios para devolverles en el menor tiempo posible, la salud.

La hazaña realizada por estos profesionales y los resultados obtenidos en bien de la fauna, llegó a todo el mundo. Los noticieros de la Argentina reproducían los pormenores de la proeza y, a su vez, las entrevistas e imágenes eran reenviadas a distintas cadenas televisivas. La National Geographyc envió de inmediato un equipo que tomó como referente a Quirico para seguir paso a paso la evolución desde su delicada condición de "empetrolado" hasta verlo saludable.

La colonia en su totalidad fue recuperada y era necesario devolverla a su hábitat. Mas, la costa desde donde los rescataron, tardaría mucho tiempo en volver a permitirles alimentarse y anidar. Profesionales y científicos coincidieron en llevarlos a las costas del Mar de Weddell, por la pureza de sus aguas, el clima y el territorio antártico apropiados para una subsistencia larga y tranquila.

Pero, claro, algún tiempo después, Quirico sintió que nada podía hacer allí. No hablaba casi con nadie, caminaba solo por la orilla del mar y tampoco buscaba compañera.

Peto, un petrel sumamente chismoso, le preguntó qué le pasaba y el pingüino le contó que quería irse. El ave, de inmediato, levantó vuelo y comenzó una tarea muy agradable para él: desparramar la noticia. Pidió a todo el que lo escuchaba que, si lograba la respuesta de Quirico sobre el tema en cuestión, informara de inmediato ya sea desde la costa, el agua o el aire. Varios intentaron conseguir la primicia pero el pingüino sólo permitió que Coquita, una foca pequeña y tímida, se le acercara:

-¿Así que te vas, Quirico?
-Sí.
-¡Qué pena! Yo me había encariñado con vos…
-Gracias, nena, pero esto es muy aburrido.

En cuanto los vieron y escucharon la conversación, una multitud corrió y voló a ver de qué se trataba.

-Te perderás el rally de las Bases. Ya se larga!-advirtió una foca cangrejera.
-¡Otro que el Dakar! -agregó un pingüino de barbijo.
-La Base Belgrano tiene un equipo de competición re preparado-acotó un lobo marino.
-¡No me interesa!-respondió Quirico cortante.
-Mira que pronto comienza el concurso Miss Antártida- aleteó un cormorán.
-Hay pingüinas anotadas que son una bomba!-comentó un pingüino de Adelia.
-¡Dicen que la representante de Orcadas, derrite el hielo!-exclamó otro.
-Puedo conseguir mejores…-afirmó Quirico canchero.
-Tampoco vas a estar, entonces, para el "Volando por un sueño". Hay dos parejas de skúas, tres de albatros, una de gaviotas…-dijo Peto que había llegado para escuchar.
-Estará de lo más reñido! El jurado lo componen un cachalote, un lobo marino y una foca. Ellos los verán desde abajo y calificarán-finalizó un elefante marino que se asomó para enterarse.
-No se empeñen en convencerme. Ya todo el mundo me conoce; bueno, ahora yo quiero conocer al mundo. Está decidido. En el primer crucero que pase, me voy-finalizó el vanidoso pingüino.

Apenas comenzado el estío, vieron que el buque Ushuaia de la Empresa Antarpply, ése que esperaba Quirico para alejarse del helado continente, se acercaba a la costa. Una multitud alborotada se concentró alrededor del futuro viajero:

-Tu crucero viene hacia acá, Quirico -avisó un viejo lobo.
-Sí, ya lo vi.
-Todavía podes arrepentirte…-advirtió un skúa agitando las alas.

Muy cerca de donde estaban reunidos, descendieron los pasajeros e iniciaron una caminata acompañados de un guía quien explicaba las características del lugar. Quirico apenas vio al contingente, comenzó a hacer poses pensando que, en cuanto lo reconocieran, se disputarían el privilegio de sacarse las primeras fotos junto a él. Pero se equivocó, nadie lo registró. Decepcionado, esperó impaciente el regreso del grupo. Sucedió lo mismo que a la llegada: pasaban a su lado sin reparar en su presencia. En tanto el contingente detenido en la costa observaba con atención la riquísima fauna, el pingüino, sin ser visto, se sumergió en las heladas aguas para llegar al buque. Cuando hubo finalizado el recorrido, los pasajeros ascendieron. El pingüino se escabulló entre ellos.

Deambuló por los pasillos y, a la hora de la cena, se acercó a la cocina. Tenía hambre. Aprovecharía el ir y venir de mozos para conseguir algo de comer. Esperó que finalizara la cena. Recordaba que, mientras permaneció en Ushuaia luego del accidente que lo cubrió de petróleo, los veterinarios que lo cuidaron hablaban de un crucero desde Punta Cana, de bailes, cine, casino y lo divertido que lo habían pasado. Claro él no podía entender que, el crucero al que hacían referencia, en nada se asemejaba a éste, que era un buque de expedición que en otro tiempo fue hidrográfico y no contaba con la comodidad, el lujo y los lugares de esparcimiento como los otros.

Apenas el personal de la cocina volcó los platos semi vacíos de los comensales en los canastos de desperdicios, Quirico esperó escondido para rescatar un poco de comida. En su hábitat, podía buscar lo que mas le gustaba; pero aquí debía conformarse con las sobras y a comerlas muy rápido antes que fueran llevadas a la compactadora.

Cuando todos ya dormían, el pingüino polizonte camino entre la sombras. Por primera vez se sintió solo. Pensó que esa noche, probablemente, no habría alguna actividad programada para posibilitar el descanso de los viajeros luego de una jornada agotadora de caminata sobre suelo antártico. Suponía que al día siguiente estarían organizadas funciones de cine o baile de disfraces, en donde podría participar sin el temor que alguien notara que lo de él no era un disfraz sino su propia figura.

Todo cuanto había escuchado de los cruceros durante su estadía en Ushuaia de boca de los veterinarios que lo atendieron, allí no se ofrecía. Tampoco halló los folletos de "Entretenimiento del día" (To day) en donde se daban detalladamente las opciones para distracción, ni los planos ubicando la piscina cubierta, el spa o el free shop.

Pasado el medio día, invitaron a los pasajeros a la sala de cine. Quirico se alegró: por fin habría diversión. Esperó a que los pasajeros ingresaran a la sala y, por último, se ubicó él. Grande fue su sorpresa cuando exhibieron un documental sobre los primeros exploradores del Continente Antártico, la llegada al Polo Sur explicando cuestiones territoriales y de soberanía, además de accidentes geográficos y recursos naturales. El sólo conocía las costas del Mar de Weddell, lugar donde fue depositado una vez recuperado del petróleo que casi acaba con su vida. ¡Si al menos hubiesen proyectado "Los reyes de las olas" seguramente disfrutaría de la historia con protagonistas de su propia especie pero viviendo aventuras en las playas caribeñas, tal como lo relató una veterinaria que rió junto a sus pequeños hijos con el film. Aquí no había nada que aplaudir.

Terminada la proyección comenzaron a retirarse de la sala. Al pasar junto a Quirico algunos atinaron a tocarle la cabeza. Dudaron que fuera un ser vivo. Bien podrían haber colocado un muñeco como atracción. No había tomado la decisión de este viaje para mirar animales y vegetales harto conocidos por él. Y en cuanto a las tareas propias de las Bases, había visto infinidad de veces patrullar. ¿ Que le podrían enseñar si el mundo al cual se referían, era el suyo?. Se animó al pensar que esto ocurría en la cercanía del territorio helado que acababan de dejar y que, luego de atravesar el Pasaje de Drake y recalar en Ushuaia dirigiéndose hacia el norte, las cosas cambiarían.

La tripulación del buque ya había observado su presencia. Avisado el Capitán, dispuso que el pingüino fuera dejado en manos de las autoridades apenas tocaran el continente.

Quirico vio que bajaban equipajes y todos los pasajeros se disponían a descender. El viaje concluía ahí.

-¡Que bueno sería llevar al pingüinito con nosotros para estudiar su comportamiento en otro clima! - exclamó uno de los pasajeros con notorio acento español.
-En la Fontana di Trevi quedaría hermoso embalsamado…- exclamó otro.
-En Miami sería una atracción más – sugirió alguien.

Quirico se escabullo entre el movimiento. No quería terminar su vida en algún zoológico o laboratorio.

Permaneció escondido tras unos galpones del puerto. Esto no era cuanto había soñado. Por todo lo que escuchó durante el viaje de la empresa Antarpply, sabía que ellos sólo realizan la travesía de Ushuaia a la Antártida en viajes de varios días, siendo posibles en la época estival, en que los hielos permiten el desplazamiento del buque y que llegan a realizarse muchas excursiones por temporada. Si quería regresar, no había tiempo que perder. Pensó en el lugar que dejó, en este sitio desconocido y en su calidad de polizonte.

Allá, a orillas del Mar de Weddell tenía la libertad de elegir alimentos, procurar amigos, encontrar pareja en Mayo o Junio y hasta hallar un lugar para que nazcan sus crías. Todo esto lo meditaba en soledad, escondido para no ser apresado.

Algunos días después, vio que en el mismo buque que lo trajo desde la Antártida, se notaban movimientos de partida. La decisión estaba tomada: regresaría.

En cuanto percibió el ascenso de nuevos pasajeros, se dirigió al barco tratando de ocultarse. Desde que abandonó el continente helado, su vida había transcurrido escondiéndose. Esperó el momento y creyó oportuno subir cuando una carreta con equipajes era empujada por la planchada de la nave.

El viaje de regreso le pareció interminable. Ansiaba llegar a su lugar, reencontrarse en su hábitat con aquellos a quienes, si bien no se relacionaba demasiado, a la distancia los recordaba con cariño. Deseaba escuchar al chimentero petrel Peto, ver a la ingenua foca Coquita, a los muchachos de la Base con sus trajes color naranja saludando con el brazo en alto. ¿Cómo andarían los preparativos del rally de las Bases, del "Volando por un sueño", de la elección de Miss Antártida. En el viaje, pensó la forma de explicar su vuelta. El orgullo no le permitía admitir su equivocación?

Cuando desde el barco divisó la costa blanca, el corazón le latía como queriendo escapar del cuerpo. Los viajeros comenzaron el descenso con las expectativas de las caminatas que harían cual inolvidable experiencia. El pingüino caminaba detrás de ellos cabizbajo pero, en cuanto pisó los hielos, se transformó.

-¡Quirico, volviste!- aleteó un cormorán.
- Sí-contestó el aludido.

En un instante, una multitud rodeó al recién llegado.

-¿Extrañaste? – preguntó Coquita.
-No mucho.
-¿Y como estuvo el viaje?
-¡Copado!
-Contá, contá – apuró Peto.
-La playa del Caribe es re linda. Aproveché a surfear y a tomar sol. Pero hace mucho calor. La limonada calma la sed pero prefiero los grados bajo cero de temperatura que hace acá.
-¿Que es surfear?- averiguó una gaviota.
-Deslizarse en una tabla sobre las olas. También se puede sobre el hielo. Yo sería acá el instructor. Ya verán que es re divertido.
-¿Por qué no te quedaste allá?
-La gente es muy cholula. Cuando reconocen a un famoso, se le abalanzan para sacarse fotos con él y pedirle autógrafos.
-¿Así?
-Varias veces la policía tuvo que cortar el tránsito por el tumulto que se armaba alrededor mío.
-Entonces, ahí te conocían…
- De todos los lugares que visité, me di cuenta que a la Argentina la ubican por el Papa Francisco, por Messi y por Quirico.
-¿Cómo y a la Reina Máxima no la conocen?-intervino un albatros.
-En cuestión de popularidad, ella está muy lejos de mí.
-¿Así que te persiguieron mucho? Se intereso una skúa.
-En Río de Janeiro pasó lo mismo.
-¿También ahí? - insistió una paloma.
- Fíjense que en Mar del Plata pensé que, por ser mi país, iba a poder caminar tranquilo. En vez de elegir las playas del centro, fui a una cerca del Faro. En cuanto sonó el "Bombón asesino", la gente comenzó a aplaudir coreando mi nombre: ¡QUI-RI-CO, QUI-RI.CO! No tuve otra salida que bailar entre el circulo que habían formado.
-¿Qué es el Bombón asesino? Preguntó un pingüino Rey.
-Es una cumbia y yo bailo con tanta gracia que repitieron varias veces el mismo tema musical.
-¡Con razón decidiste volver! Afirmaron todos.
-Acá vivo tranquilo, soy dueño de mi tiempo, ustedes me consideran uno más y los muchachos de la Base no me molestan pidiendo recuerdos míos para sus hijos. Las fotos que toman siempre son en grupo del famoso con los no famosos.
-¡Bien por Quirico! - aplaudió un gran lobo marino.

El pingüino viajero, casi convertido en héroe, era requerido para repetir una y otra vez su aventura.

Había comprendido, que a pesar de sus mentiras, ese era su lugar.

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