Fundación Marambio
La Torre Ader erguida entre fábricas y chalecitos
Prólogo

La historia, en tanto conocimiento del pasado humano, se compone de “pequeñas” historias: la de cada localidad, barrio, familia, asociación e individuos tiene un pretérito que se conjuga con la “gran” historia de su tiempo.

Es así como las travesías existenciales de Emile Bieckert, Bernardo Ader y sus descendientes no son una narración suelta, sino que se ubican y comprenden en el entorno en los que les toco vivir.

Bieckert y Ader, con su empuje empresarial y anhelos de prosperidad, se comprenden dentro de la sociedad argentina en vigorosa transformación de fines del siglo XIX y principios del XX, imbuidos de la centuria del progreso material que daba aliento y esperanza a los inmigrantes que afluían a estas tierras sudamericanas.

Los dos eran franceses, de regiones muy diferentes, y lograron prosperar y formar sus familias en Argentina.

Bieckert retorno a Francia, en tanto Bernardo Ader permaneció en la tierra que lo acogió, a pesar de las perdidas familiares que sufrió.

Alicia Rebollar traza una historia familiar y barrial trazando un eje en la Torre Ader, formalmente llamada Torre de la Independencia, el extraño legado de Bernardo Ader a la Argentina del Centenario.

Extraño porque desconocemos sus propósitos íntimos, su sueño y contenido simbólico.

Como historiadora, Alicia Rebollar recurre a la documentación escrita y expone hasta donde pudo llegar en su investigación; en tanto antropóloga, recoge las versiones que pueblan el imaginario sobre la Torre.

Uno y otro enfoque permiten aproximarnos al esquivo Bernardo Ader, a la vez que nos permite conocer el entramado de la imaginación que nació a partir de este monumento.

El historiador tiene una capacidad muy limitada para conocer el pasado humano, porque debe ceñirse a la escasa documentación que dispone.

Son siempre más las lagunas – a veces verdaderos océanos – que lo que puede narrar gracias a los documentos, mas aun cuando el protagonista no dejo casi nada para que arribara a nuestras manos.

Como una detective, la autora escudriño en los archivos, el trabajo de historiadores locales, la prensa y los relatos de familiares y vecinos.

Es el resultado de mucha paciencia y cientos de horas de búsqueda.

Pero esta historia no se agota en Ader, sino que se entreteje con la del barrio al que tanto contribuyo a crecer y desarrollarse.

Villa Adelina y Carapachay, hasta poco más de un siglo atrás, era un paraje de carácter rural al que iban llegando el ferrocarril, el telégrafo y la urbanización.

Es en esta zona donde Ader levanta una casa quinta y  el 9 de julio de 1916, coloca la piedra fundamental de la Torre, muy cerca de los limites que el nuevo Partido de Vicente López – creado en 1905 – tiene con San Isidro y San Martín.

A pesar de la muerte de sus dos hijos varones, Bernardo Ader se sobrepone y levanta esta Torre que se erige, solitaria, en un paisaje de quintas y frondosas arboledas.

El pasajero del Ferrocarril General Belgrano puede ir, en poco más de media hora, desde la cercanía de la Torre Ader hasta la estación terminal de Retiro, en donde se alza la Torre ofrendada por la comunidad de inmigrantes británicos a la República Argentina, como homenaje al Centenario de la Primera Junta de Gobierno patrio.

Clima de época, esperanza de prosperidad sin límites, los monumentos a la orgullosa pujanza de la nación sudamericana se multiplicaron en aquellos tiempos de optimismo, en el que también se cernían oscuros nubarrones.

Los descendientes de Ader se sumaron al frenesí de los años veinte, en Paris, y allí dejaron buena parte de su fortuna, debiendo retornar a Argentina.

Paradójicamente, aquella debacle económica los salvo de la conflagración europea que se desato en 1939.

Pero ya eran otros tiempos, en los que mantener casas de grandes dimensiones con parques arbolados se tornaba cada vez más costoso, por lo que debieron lotear parcelas para preservar un estilo de vida carente de austeridad.

El barrio creció, se pobló, llegaron las fábricas.

El paraje que tuvo aspiraciones de gran burguesía se transformo en un barrio de contorno industrial, en el que vivían los empleados.

Pero la Torre sigue allí, impertérrita ante las mutaciones.

La casa quinta cayo por picota de las transformaciones inmobiliarias, las arboledas desaparecieron por la voracidad urbana, pero la Torre permaneció como un faro rodeado de misterio y aventura para los niños, motivo de curiosidad y leyenda para los adultos.

Este libro que con habilidad y esmero ha sabido tejer Alicia Rebollar, es el fruto de un estudio intenso y sistemático, en el que también se encuentra el amor por el barrio.

Es una poderosa contribución a la investigación local que tanto precisamos en estas naciones jóvenes, para conocer nuestras raíces, comprender nuestro presente y adentrarnos en el porvenir.

Dr. Ricardo LÓPEZ GÖTTIG
Director Provincial de Museos y Preservación Patrimonial.
Secretaria de Cultura de la Provincia de Buenos Aires.

Es Doctor en Historia por la Universidad Karlova de Praga (República Checa) y profesor de Historia en la Universidad de Belgrano.

Además, es vecino del barrio de Florida.

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