Hada Nieve
por Mónica Rodríguez del Rey

Había una vez un hada que estaba muy triste sentada en un estante de una juguetería. A su lado un avioncito de chapa corría la misma suerte.

Ningún niño, mamás, ni abuelas los miraban para comprarlos. El avión le decía que ella podría visitar a un especialista en hadas para preguntarle por qué no era como las otras hadas, ya que no volaba, ni hacía magia, ella no era un hada de verdad.

Una noche antes de que se cerrara la persiana del negocio se deslizó por debajo y emprendió el camino hacia el especialista dando tumbos entre árboles y paredes. Por fin llegó y golpeó toc, toc a la puerta. Un hombre muy alto salió:

-¿Qué deseas, pequeña?
-Buenas noches, señor ¿usted entiende de hadas?
-Bastante.
-¿Puedo pasar?

El hombre abrió la puerta y la invitó a entrar. Él se sentó en un gran sillón azul y el hada permaneció de pie frente a él.

-Yo quiero ser hada, un hada de verdad.

El hombre se levantó, buscó en la biblioteca y sacó un gran libro de tapas verdes. Se calzó unos anteojos y comenzó a buscar en las páginas:

-A ver, a ver: ¿estuviste en la tierra del Nunca Jamás, visitaste el Reino de las Flores o estuviste en El país de las Mariposas?
-No señor yo vivo en Quilmes desde hace muchos años en una juguetería -¿Convertiste algún sapo en príncipe, a ratones en caballos blancos o despertaste alguna doncella, conoces a Peter Pan?
-Tampoco.
-¿Rompiste el hechizo de alguna bruja?
-No, no.
-Yo no sé, quien te puso ese vestido tan espantoso porque las hadas se visten de blanco, de rosa y el tuyo es verde como una planta de lechuga, tus alas en vez de brillar y agitarse tienen hilachas y en tu cabeza en vez de llevar coronitas moños o flores parece que tuvieses volcado un plato de tallarines… No, de ninguna manera sos un hada.

Ella agachó su cabecita y una lágrima recorrió su cara hasta golpearse con el piso. El sabihondo se entristeció por esa criatura y le dijo:
-Te voy a ayudar. Llegarás a ser un hada si cumples con tres consignas: tendrás que convertir algo, llegar hasta alguna tierra en la que no hayan estado las hadas, así será tu reino y hacer algo especial.

Dicho esto el hombre tomó la varita mágica que traía el hada y la arregló, pues estaba quebrada. Acompañó al hada hasta la puerta y la despidió, deseándole buena suerte. Ella voló nuevamente hacia la juguetería, pero por estar tan confiada en el especialista no chocó con paredes ni plantas. Izo un viaje perfecto.

Al llegar contó a su compañero, el avioncito, todo cuanto había hablado con el especialista y de inmediato con su varita lo tocó. El avión comenzó a sacudirse, su hélice giraba y de a poquito empezó a agrandarse, tanto que tuvo que escapar de la juguetería para no quedarse atrapado allí.

Ya en el medio de la calle creció y creció y creció, al tiempo que sus colores se convertían en un gris plateado y su débil chapa se endurecía coinvirtiéndose en metal. Desde afuera llamó al hada. Ella voló y se trepó al interior del avión.

El avión comenzó a carretear por las silenciosas y tranquilas calles y al poco tiempo levanto vuelo. Desde lo alto atravesaron ríos, bosques, ciudades, hasta llegar a un mar inmenso.

Cuando casi comenzaba a amanecer y seguía el agua bajo ellos, aterrizaron sobre una tierra blanca, muy fría y el avión ahí se detuvo.

-Este podría ser un lugar adonde no han llegado las hadas – dijo el hada. -Si, a este lugar nunca llegaron las hadas – le contesto el avión.

Ella descendió y comenzó a caminar hacia la orilla de un mar muy helado. Ahí encontró seres a los que no conocía, focas, pingüinos, pájaros, que la recibieron amigablemente.

Divisó a lo lejos una casa muy grande, con una bandera celeste y blanca, casi tapada por la nieve y se acercó para comprobar si alguien vivía en ella.

Por la ventana vio a hombres con trajes naranjas que conversaban, diciendo que la nieve acumulada no les permitía salir a patrullar.

Con su varita prueba tocando la nieve que se agolpaba en puertas y ventanas y al instante se derritió.

Había conseguido realizar las tres consignas indicadas por el especialista en hadas, pero su sorpresa no terminó ahí pues cuando se dio cuenta, mágicamente, sobre el avión se formó la palabra Hércules, su traje verde era color blanco como la nieve y sobre su cabeza una coronita de color anaranjada como el traje de los hombres que había visto.

Ya no había dudas su reino era ese, la Antártida, su corazón daba golpecitos de alegría, llenándose de luz y paz, y ella a partir de ahí fue un hada de verdad el Hada Nieve.

Fundación Marambio - www.marambio.aq - Tel. +54(11)4766-3086 4763-2649