Una cruz caída... en Semana Santa
en el Destacamento Naval Decepción (1965)

"Y era un Viernes Santo... como si fuera un castigo de Dios por trabajar un Viernes Santo"
Oficial Principal PNM Adolfo Enrique CABRAL
2° Comandante del Destacamento Naval Decepción, 1965

La Isla Decepción tiene un diámetro de 15 km y pertenece al archipiélago de las Shetland del Sur, en la Antártida. Se sitúa al noroeste de la península antártica.

Allí se encuentra el Destacamento Naval Decepción, que depende de la Armada Argentina, con ocupación permanente en un principio y en la actualidad es una base transitoria, que solo se habilita en la Campaña Antártica de Verano (CAV).

En el año 1965, cuando tuvo lugar la anécdota que se refiere, la comandancia estaba a cargo del Teniente de Fragata Daniel Alberto PERISSÉ.

Alzando la vista por detrás del destacamento, hacia el sudeste, se contempla la cima del Cerro de la Cruz, llamado así por la imponente cruz que lo coronaba.

En casi todo el mundo es común ver cruces en lo alto de las cumbres, pero el crucifijo de isla Decepción tenía un sentido especial para quienes llegaban a la Antártida.

La cruz se divisaba a lo lejos, los navegantes la estimaban como baliza pero, más aún, ella representaba un símbolo de la cultura occidental en aquella extensión primigenia, en ese territorio helado casi sin huellas de intervención humana.

Los fuertes vientos habían inclinado su eje, haciendo presagiar su inevitable caída.

Hacia fines de marzo o principios de abril de 1965 hubo ráfagas de más de 200 km/h; "estremecía sentir el silbido en los cables de las antenas y el movimiento del destacamento" -recuerda como si aún estuviera allí el maquinista Daniel MANZANARES.

Un día la cruz se desplomó; cayó tendida sobre la cumbre. El incidente animó las conversaciones en la Camareta a la hora de las comidas, se discutió que no era bueno dejar esa cruz caída en víspera de las Pascuas.

Aunque el personal estaba muy atareado en esa época del año, se programó subir a levantarla luego del almuerzo del Viernes Santo.

La altura del cerro de la Cruz es de apenas 125 metros, pero las laderas nevadas, los escurrimientos de agua y nieve, el el suelo congelado, dificultan el ascenso.

Las colinas que en cualquier otro lugar del mundo se caminan fácilmente por los faldeos, en la Antártida obligan a pertrecharse con un buen equipo de montaña.

Ese Viernes Santo 16 de abril de 1965 por la mañana, el comandante PERISSÉ erguido en postura militar, como siempre lo hacía cuando quería desplegar su carácter impetuoso, arengó a sus hombres motivándolos a subir, con un entusiasmo que contagiaba. "¡Vamos a parar la cruz!" era el grito que se repetía en todos los rincones de la base.

No todos pensaban igual, el cabo cocinero Efrén BARAHONA se plantó frente al comandante para espetarle que eso sería peligroso, y que no estaba dispuesto a seguirlo: "Señor comandante, si usted quiere castígueme, degrádeme, pero yo no subo, y menos un Viernes Santo."


Manzanares está señalado por la flecha

PERISSÉ respetó su actitud, ya que -en definitiva- había llamado a una convocatoria voluntaria, además era mejor no discutirle: BARAHONA tenía carácter, pero cocinaba como los dioses.

El meteorólogo civil Jorge Hugo STANICH también manifestó al comandante su decisión de no subir, ya que debía tomar los registros climáticos cada tres horas exactas, y nadie podía preveer cuánto duraría el trabajo en el cerro.

Además era lógico que quedaran abajo quienes tenían otras funciones técnicas a cumplir, como el radiotécnico Pablo JUSTO (de guardia en la radio) y el maquinista Daniel MANZANARES, uno de los jóvenes más queridos del grupo, que en ese momento estaba haciendo el recambio programado de motores electrógenos.

MANZANARES, desde la sala de máquinas vio que pasaban en fila india ¡hasta el médico!

Enseguida pensó para sus adentros "¡son pocos, tengo que ir!" y dejó lo que estaba haciendo para sumarse a la caravana.

El suboficial electricista, Antonio "el Zorro" SEDANO, contuvo sus ganas de subir en cumplimiento de órdenes previas del teniente PERISSÉ, que indicaban reasegurarse de que nunca abandonaran la base simultáneamente aquellos hombres que tenían iguales tareas, para que siempre quedara un responsable a cargo. Habiendo partido Manzanares, el Zorro SEDANO debía quedarse.

Desde abajo se veía subir a la alegre caravana cargando palas y picos, todos con equipo de escalamiento completo, unidos con sogas para evitar los riesgosos deslizamientos. Sus siluetas formaban una encurvada cadena humana que reptaba por las faldas cubiertas de nieve.


Sedano, Stanich, Manzanares y Medina

En la cumbre encontraron extendida la cruz, la siguiente tarea fue tratar de cavar un hueco para posicionarla en vertical.

Pronto se dieron cuenta de que el trabajo no sería sencillo, porque bajo una capa de nieve reciente la tierra estaba hecha piedra por el frío, picos y palas rebotaban haciendo saltar esquirlas filosas como agujas.

En una de sus primeras acometidas con el pico, Daniel MANZANARES sintió un fuerte impacto en el ojo, "pensé que había sido en la parte de afuera, pero el Dr. SORIA vio sangre y se dio cuenta que la herida era adentro" -explica Manzanares.

Había tenido la mala suerte de que una lasca se incrustara en su globo ocular izquierdo.

En medio de gritos terribles, tuvo que ser bajado de inmediato por sus compañeros, que dieron por cancelada, esa vez y para siempre, la empresa de mover la cruz.

Ya en la enfermería, el Dr. Mario Hernando SORIA le extrajo la esquirla, y con gran pena advirtió que el daño ocular era grave.

Soria era un joven pediatra catamarqueño, médico sensible y conciente de su responsabilidad que se desesperaba cuando le llegaban estos casos que superaban los recursos de asistencia disponibles en la base.

El ojo del maquinista comenzó a hincharse, hasta que la cara entera tomó un aspecto espantoso, lo que multiplicaba su dolor.

Por fin el médico decidió punzar el párpado con una aguja hipodérmica para que la infección supure.

El meteorólogo STANICH, comedido, ayudó al doctor sosteniendo la cabeza del paciente. El médico clavó la aguja y un estallido salpicó líquido en todas direcciones. STANICH quedó en estado de shock, creyendo que todo el ojo había reventado, pero el Dr. SORIA sabía lo que estaba haciendo.

Terminadas estas curaciones de urgencia, el ojo fue vendado y se pidió por radio el inmediato relevo de Manzanares para su tratamiento en el continente.

La evacuación demoró varios días porque los hidroaviones Albatross, lo más efectivo que tenía la Armada para casos de salvamento, no podían bajar a causa del creciente mal tiempo en el otoño austral.

Al ver que las condiciones climáticas no mejoraban, los pilotos consultaron con la superioridad y recibieron una alta orden de no regresar sin el herido.

Finalmente el Albatross 4-BS-2 de la Aviación Naval con base en Comandante Espora, voló al mando del teniente de navío Eduardo BROQUEN hasta Río Gallegos y de allí a Decepción, donde acuatizó pese al bajo plafón de nubes.

MANZANARES fue acompañado por sus camaradas hasta el avión, en una emotiva despedida.

Desde la playa, la dotación se quedó contemplando con angustia que el Albatross, a todo motor, trataba de levantar vuelo mientras las olas encrespadas de Puerto Foster golpeaban con furia el fuselaje.

El mar daba tan fuerte en la panza del aparato que le hacía perder velocidad y el piloto debió abortar la maniobra.

Bajó las revoluciones del motor, posicionó el avión y se preparó para un segundo intento, fue entonces que le dio toda la máquina y por fin logró decolar.

Un cerrado aplauso y griterío festejó el momento en que el heroico Albatross 4-BS-2 abandonaba el mar para ganar altura y desaparecer entre las nubes bajas.

El rescate pudo concretarse con éxito trasladando al herido hasta la base Comandante Espora y a partir de entonces comenzaría el largo tratamiento ocular de Daniel MANZANARES.

Faltaba que se enviara un maquinista reemplazante.

Por suerte aún no se había formado la barrera de hielo alrededor de la isla, de modo que el sábado 24 de abril pudo llegar el Aviso ARA Comandante General Irigoyen, uno de los remolcadores de mar con asiento en Ushuaia asignados como buques de apoyo a las campañas antárticas.

El Irigoyen, con apenas 62,50 m de eslora tenía un casco muy estanco para navegar en mar bravío. Su comandante el Capitán de Corbeta Ernesto R. ORBEA, no pudo entrar a Puerto Foster por la cantidad de hielo flotante que encontró y debió echar anclas por fuera de la isla, frente a la pingüinera.

Todos los barcos evitaban amarrar en la pingüinera, salvo emergencias como ésta. Con esa rápida visita, el Irigoyen sería el último buque que llegó ese año a la Isla Decepción antes de que se cerrara el pack de hielo.

La maniobra de desembarco fue muy peligrosa, por lo agitado del mar abierto y la abrupta costa con acantilados de rocas y hielo.

Varios debieron meterse en el agua ¡a nado! para ayudar a que el maquinista llegara desde el barco hasta la tierra, una acción llena de heroísmo, simplemente por no tener medios apropiados para el desembarque.

Marcos J. MALDONADO, recién llegado en reemplazo de MANZANARES, entró al destacamento en estado de hipotermia, temblando por el remojón helado y el susto, cargando un pequeño bolso.

MALDONADO era un joven cabo de la Marina que tres días antes había llegado a su base en Ushuaia, luego de un franco de rutina y su superior, tras el primer saludo, lo "invitó" a embarcarse directamente rumbo a la Antártida para suplir la vacante producida, "no tenemos otro hombre a quien mandar" -le dijo el oficial con resignada franqueza.

MALDONADO estaba lleno de incertidumbre por su sorpresivo destino, y daba pena ver las pocas cosas que traía en su bolsito.

Los siempre solidarios compañeros le facilitaron de todo, desde ropa de abrigo hasta efectos personales para la invernada.

El maquinista tampoco tenía gran experiencia con grupos electrógenos, temía cometer algún error fatal, de modo que con gusto compartió el camarote de Pablo Justo, que estaba pegado a la sala de máquinas.

Por las noches, MALDONADO se dormía escuchando el ronroneo de los motores, atento a cualquier variación del sonido que pudiera denotar un desperfecto. Su obsesión fue coronada por el éxito, ya que desempeñó su tarea con toda eficiencia a lo largo del año.

Mientras tanto, MANZANARES, ya radicado en su querida ciudad de San Juan, se sometió a largos tratamientos oftalmológicos que le permitieron conservar la vista en el ojo afectado durante mucho tiempo. Recién en el año 2000, 35 años después, la perdió definitivamente.

Actualmente, en la Isla Decepción, el gran crucifijo del cerro aún yace extendido sobre la cumbre.

Luego de aquel fracasado esfuerzo por reposicionarlo en su sitio en 1965, nadie volvió a intentarlo hasta hoy.

El muy noble aviso ARA Comandante General Irigoyen hoy es un buque museo amarrado en San Pedro, provincia de Buenos Aires.

Había sido botado en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra, la Armada Argentina lo compró en 1961, quedó largos años como buque de apoyo antártico, en 1982 participó en la Guerra de Malvinas, su viejo casco continuó surcando el Mar Argentino hasta el 2010, cuando llegó a su destino final en la ciudad de San Pedro navegando impulsado por su propio motor.


Daniel Manzanares hoy


Izq. a Der.: Rubén (Gurú) MORALES, autor de la nota, en una reunión de antárticos de la invernada 1965:
Antonio (Zorro) SEDANO, Waldo (Chiva) OLIVERA, Pablo (Fatiga) JUSTO, Daniel MANZANARES y Hugo (Turco) ABRAHAM

AUTOR : Profesor. Rubén "Gurú" MORALES
NOTA: Este relato fue elaborado por su autor, en base a entrevistas personales, telefónicas y por mail con sus amigos, Dr. Mario Hernando Soria, Daniel Manzanares, Pablo Justo, Jorge Hugo Stanich, Adolfo Cabral, Waldo Víctor Olivera y Antonio Sedano, todos integrantes de la dotación del Destacamento Naval Decepción en 1965. Un agradecimiento especial a Marcela Manzanares

Fundación Marambio - www.marambio.aq - Tel. +54(11)4766-3086 4763-2649