Fundación Marambio
Una emergencia tras otra en Base Melchior
Apendicectomía profiláctica

Autor: Hugo ABRAHAM / Rubén MORALES

Hugo Abraham, más conocido como "el Turco", tiene su propio récord, diez años de su vida los pasó en la Antártida.

Tiene infinitas historias para contar, pero siempre su relato toca fondo en un tema perturbador que conduce su memoria a 1958, en el Destacamento Naval Melchior, cuando fue asistente del médico para operar de apendicitis primero al Comandante y a un Cocinero después.

El dramatismo de esas intervenciones trajo como consecuencia, desde entonces, que la "apendicectomía profiláctica" dejara de ser optativa y se volviera obligatoria para todo el personal de las bases antárticas.

A más de medio siglo de aquellos acontecimientos, "el Turco" aún recuerda los detalles como si los estuviera viendo.

La primera experiencia antártica de Abraham fue como radiooperador en el Destacamento Naval Decepción, desde entonces estuvo en diferentes Bases de la Armada Argentina durante un total de diez años, comprendidos entre 1954 y 1971.

Nació el 23 de febrero de 1927 y a su edad conserva una vitalidad sorprendente, realiza caminatas que superan los veinte kilómetros, se alimenta exclusivamente de carne de vaca, "la última vez que tomé una sopa fue hace 38 años" -puntualiza- y sus ojos celestes se iluminan cuando recuerda las numerosas anécdotas antárticas que lo contaron como protagonista.

El Turco estaba en Melchior desde 1957, lo recuerda bien porque el 14 de febrero había sido un día difícil para él, después de almorzar sintió una molestia en la parte derecha del vientre. Llamó al médico, que era el Dr. Koch, y le dijo:

- Doctor, Hoy es un día de mucho tránsito en esta parte...

Después de revisarlo, el médico indicó:

- No te muevas, es apendicitis, voy a operarte.

- Primero voy a darme un baño, doctor, hoy estuve haciendo la guardia de agua y estoy sucio. -respondió Abraham, cuyo sentido práctico nunca lo abandonaba.

Se advierte que en ese entonces la Base Melchior no tenía construido el acueducto y era necesario acarrear nieve para derretirla en la cocina, tarea que los antárticos conocen como la guardia de agua.

A las ocho de la noche se realizó la operación con éxito y luego el doctor le mostró el trozo de tripa que le había quitado.

También el médico aconsejó a los cocineros que se le hiciera comida liviana hasta su recuperación "¡y me terminé comiendo todos los pollos del Destacamento, los demás me puteaban!" -recuerda Abraham.

Por entonces, en la Armada, la llamada "apendicectomía profiláctica", es decir la extirpación del apéndice vermiforme sano era optativa para los aspirantes a viajar a la Antártida, aunque sus médicos la recomendaban como prevención.

Sin embargo, ya era obligatoria en el Ejército, y comenzaría a serlo también en la Marina justamente a raíz de los hechos que presenció el Turco Abraham al año siguiente, ya que decidió quedarse otra invernada en Melchior sin retornar a sus queridas calles de Buenos Aires.

Eso sí, aprovechó para elegirse uno de los mejores camarotes.

En noviembre del ’57 llegó el nuevo Comandante, el Teniente de Infantería de Marina Luis Oscar Ventimiglia, de 27 años, casado, al frente de una Dotación inicial de once hombres.

Posteriormente llegaría el Dr. Manuel Sánchez Sánchez, médico civil contratado por el Departamento de Sanidad de la Marina, también de 27 años, que arribó en el Buque ARA Bahía Aguirre el 11 de febrero de 1958.

Esto fue documentado por dos periodistas uruguayos, el cronista Hugo Rocha y el fotógrafo Alfredo Caruso, que compartieron la travesía con el médico.

Según Rocha, los facultativos que iban a las bases eran optimistas sobre la actividad que les aguardaba:

"Esperan encontrar pocos problemas profesionales: sus eventuales pacientes son hombres jóvenes y sanos que han recibido su certificado de salud antes salir de Buenos Aires. Debido al aire seco y frío, que constituye en efecto un medio estéril, no hay bacterias y por lo tanto no es posible contraer enfermedades infecciosas; anticipan, eso sí, traumas y fracturas; tal vez algún caso de apendicitis."

Entrevistado el Dr. Sánchez Sánchez relativizó el tema añadiendo que él mismo iba sin operarse.

El joven médico no imaginaba el interminable año de horrores que tenía por delante.

Hugo Rocha hizo una pintoresca descripción sobre aquella base Melchior de 1958:

"Melchior es el primer Destacamento Naval Argentino en la Antártida. Fue establecido en 1947 y está dedicado exclusivamente a observaciones meteorológicas, que se transmiten diariamente al centro de la isla Decepción.

La casa de Melchior es la más elegante que hemos visto hasta ahora en la Antártida. El salón de descanso tiene piso de linóleo encerado y está adornado con plantas de tomate, cultivadas en macetas con tierra traída desde Buenos Aires, la casa tiene los ya conocidos camarotes con cuchetas superpuestas, cámara frigorífica, taller mecánico, cocina, enfermería, biblioteca y demás comodidades.

Hay también dos perros que deben llevar la vida más descansada del continente. No se los usa para tirar de ningún trineo -por falta de espacio- son solamente mascotas.

Aquí empezamos a conocer algunos de los secretos de la vida en la Antártida. Hasta ahora, nos ha llamado la atención la normalidad de la vida que llevan los hombres en todas las bases, dentro de las circunstancias excepcionales de aislamiento y lejanía en que se encuentran.

¿Cómo se las arreglan los ocupantes de este destacamento, donde ni siquiera hay lugar para caminar fuera de la casa? Nos enteramos de que, a pesar de la falta de espacio, la vida aquí es bastante entretenida.

En invierno, se hiela el mar y los muchachos conviertan a la pequeña caleta en cancha de fútbol. También hacen esquí sobre la falda del cerro que cierra el paso a los trineos. La pesca en la caleta es buena, aunque hay sólo una clase de pez, llamado nototenia, que vive en aguas profundas.

Es muy voraz y cae fácilmente con un cebo que consiste en un simple trapo rojo.

Es también muy sabroso.

-Siempre hay algo que hacer – dice Ventimiglia– Y si no hay, se inventa.

El ocio es un enemigo peligroso en Antártida."

Esas breves declaraciones del Teniente Ventimiglia al periodista uruguayo, de alguna manera anticipaban su propio drama personal.

LA AUTOPROFECIA DEL COMANDANTE

Recuerda Abraham que en las charlas de sobremesa, el nuevo Comandante contó que meses antes había ido a Mendoza, junto a un grupo de camaradas, para entrenarse en prácticas de escalamiento y esquí.

Durante esos ejercicios, uno de sus compañeros había tenido un ataque de apendicitis y debió ser operado de urgencia.

A partir de entonces, el miedo se convirtió en obsesión para el joven Teniente Ventimiglia. "Al comandante se le metió en la cabeza la preocupación sobre qué le pasaría si se le produjera una apendicitis en la Antártida. Y empezó a tocarse esa zona, y se lo veía metiéndose los dedos en la parte derecha del vientre" -añade Abraham.

Pasó el tiempo. Faltaba poco para que el Bahía Aguirre hiciera la última pasada de marzo para despedirse definitivamente hasta la temporada siguiente.

Hugo Abraham estaba haciendo su habitual guardia nocturna de radio cuando vio entrar al Comandante con un papel en la mano. El Turco lo leyó. Era un despacho dirigido al buque pidiendo una junta médica.

Luego miró intrigado a su comandante, pero el Tte. Ventimiglia le dijo:

- Esperá, no lo mandés ahora, yo te aviso cuándo mandarlo.

Llegó la hora de entregar la guardia y el comandante no había regresado.

El Turco hizo lo que debía, anotó formalmente el despacho en el libro de guardia y le dijo a su relevo: "Mirá, guardá esto, pero no lo trasmitas porque el comandante dijo que él iba a ordenar en que momento se lo transmitía".

Se levantó de la silla aliviado, creyendo que ahí terminaba su responsabilidad; pero en la noche siguiente, cuando retomó la guardia, todavía estaba ese despacho sobre la mesa.

Había que tomar una decisión, el barco estaba próximo a venir...

El Comandante tenía costumbre de ir a la sala de radio a eso de las 9. Cuando lo hizo, el Turco no dejó pasar la oportunidad, levantó el despacho y le dijo:

- "Señor, ¿y con esto qué pasa?"

El Tte. Ventimiglia tomó el despacho, volvió a leerlo para sí, pensó un momento, luego rompió el papel en pedazos y lo tiró al tarro de la basura. El Turco entendió que no cabía preguntar nada más.

Vino el buque, bajó la comitiva y saludó alegremente con el habitual "hasta el año que viene".

Siempre era angustiante en la Antártida ese día, el día en que se iba el último buque, se sabía que después llegaban los duros meses de aislamiento total por mar y por aire, lo que generaba un sentimiento de desamparo, no había vuelta atrás.

A todo esto, era habitual verlo al Comandante tocándose y hurgándose con los dedos la zona derecha del vientre.

En medio del almuerzo del 18 de mayo, el Teniente Ventimiglia se levantó de la mesa con gesto de dolor y se encaminó al camarote.

Tras él fue el médico, quien volvió después de revisarlo y dijo "bueno muchachos, lo vamos a tener que operar..."

Sánchez Sánchez designó un equipo de colaboradores y les explicó más o menos lo que debería hacer cada uno, dispuso que Hugo Abraham fuera su ayudante, seguramente por su experiencia previa, en tanto el otro radio, de apellido Oviedo, sería el anestesista, encargado de administrar el pentotal, la intervención se haría con anestesia total.

Como la enfermería era pequeña se preparó la cámara como quirófano y a falta de camilla se utilizó una mesa.

Abraham lo recuerda así:

"Empezó la operación, serían más o menos las 5 de la tarde, todo iba lo más bien, el médico abrió, me mostró el apéndice, que era pequeño como la punta del dedo meñique, apenas como la falange más chiquita, llegó, ató, cortó la tripita y el doctor empezó a meter todo adentro para coser.

En eso Oviedo le dijo "¡no tiene pupilas, no tiene pupilas!", el doctor le miró los ojos y empezó a moverlo un poco para que reaccionara.
Al ver que no respondía intentó con masajes de resucitación en el pecho, hizo traer el tubo de oxígeno que estaba en la enfermería, le pusimos la máscara con oxígeno, estuvimos como dos horas haciéndole resucitación, pero no volvió, se quedó ahí.
Y el apéndice era, como digo, muy pequeño, pero en cambio toda esa zona estaba amoratada, inflamada, de tanto tocarse".

La escena era estremecedora, los hombres se miraron, estaban solos en medio de la nieve y el Comandante había fallecido.

Abraham continúa:

"Había que hacer un ataúd, ninguno de nosotros sabía cómo hacerlo.
Fuimos a la casa de emergencia, por suerte, como en todos los destacamentos, había chapas de zinc.
Cortamos y soldamos, lo forramos por dentro ¡quedó bastante bien! y luego velamos al Comandante toda la noche, como se hace acá."

Por supuesto, inevitablemente, fue un velorio sin flores.

Mientras tanto, la triste noticia fue comunicada por radio al mando para que la supiera la familia del difunto.

A las 5 de la tarde del otro día se dio por cumplido el velatorio, había que sacar el ataúd fuera del Destacamento. Ya era noche cerrada y soplaban fuertes ráfagas.

Hubo algunos problemas con el cajón:

"Lo habíamos entrado de costado pero cuando tratamos de sacarlo no pasaba por la puerta, era un poco ancho, cómodo lo hicimos, pero salió justo por la ventana de la cocina.
Salimos con sol de noche pero con el temporal que había, el sol de noche se apagaba.
Lo pusimos a unos 200 metros del destacamento, se hizo un poco de pozo en la nieve y se lo dejó en la nieve, nomás.
La nieve se encargaría de cubrirlo.
Y al otro día se le puso un tirante, como de 4 o 5 metros de alto, para señalizar el lugar.
Después tuvimos que poner otro tirante, porque la nieve tapó al primero en seguida."
-sigue contando Abraham.

Por entonces, el Capitán Enrique Pierrou, a cargo de la División Antártida en el Servicio de Hidrografía Naval, se comunicó con Abraham, a quien conocía de campañas anteriores, y con el tono amable y sencillo que lo caracterizaba le dijo:

"Mirá. che, Hugo, acá habló la señora de Ventimiglia quiere hablar con alguno de los muchachos del Destacamento, y yo le he dicho que hable con vos que sos el que más ha estado ahí y tenés más conocimiento, tratá de explicarle, de convencerla y..."

Hugo reflexiona:

"¿Y de que la vas a convencer desde allá?
¿Qué se puede decir en un caso así?"

Pero aceptó recibir la llamada de la señora, ésta comenzó haciendo diversas preguntas sobre la forma en que había fallecido su esposo y pasadas las explicaciones necesarias, la charla derivó en la enorme tristeza que la embargaba.

El Turco trató de consolarla:

"Le dije que había sido un hombre muy querido, muy bueno, que siempre le hacíamos una oración, ¿que otra cosa le iba a decir?" -resume Abraham con la simpleza que lo caracteriza, y continúa:

"Después de eso, cada dos por tres me llamaba y yo no sabía que decirle ya. Siempre lo mismo ¿que otra cosa le vas a decir?.
¿Qué quería más que le diga?
Una vez le terminé diciendo a los muchachos de radio de Buenos Aires: Si vuelve a llamar díganle que me fui a una patrulla."

Tras el fallecimiento del Teniente Ventimiglia, la Comandancia del Destacamento Naval quedó excepcionalmente a cargo de un civil, el Dr. Manuel Sánchez Sánchez.

UN COCINERO EN APUROS

Los problemas para el médico no habían terminado.

En septiembre, el Cabo Segundo Cocinero Mario Oliva tuvo síntomas que nuevamente hicieron pensar en una apendicitis.

Esta vez se implementaron rondas de interconsultas por radio entre los médicos de los distintos destacamentos, cosa que no se había hecho en el primer caso.

El Dr. Sánchez Sánchez informaba el estado del paciente y recibía las respuestas de sus colegas.

Finalmente se resolvió hacer la operación, el médico le dijo a Abraham:

"Turco, me podés dejar tu camarote, porque yo no quiero hacerlo en la cámara, como la otra vez, sabés, no quiero operarlo ahí, pero a este chico si no le meto mano se va."

El Turco sabía que en esos casos lo mejor era decir que sí sin preguntar porqué.

Sacó sus pertenencias del camarote y las trasladó a otro más pequeño.

Se hizo una desinfección general del Destacamento:

"Teníamos una mesita que parecía una camilla, iba justo el cuerpo de una persona. Bueno, empezó la operación, cada uno tenía su puesto de trabajo, había una calefacción terrible, la verdad no sé por qué tanto calor, más el olor del pentotal que es horrible" - recuerda Abraham frunciendo el ceño.

El Dr. Sánchez Sánchez hizo el corte, pero no encontraba el apéndice, las manos del médico buscaban entre los intestinos y el apéndice no aparecía, no había caso, y el médico empezó a recriminarse:

"¡Quien me manda a mi a meterme en esto, yo qué tendría que haber hecho, quien me manda...!"

Abraham hacía esfuerzos para tranquilizarlo, para que no perdiera el control:

"Calmesé doctor, todo va a salir bien..."

El Turco agarró un puñado de algodón y lo pasó por la cara del médico, que transpiraba a mares, "¡era agua su cara, son esas situaciones en que ves la vida de un tipo que se te va, se te va!. Sánchez Sánchez no podía ubicar el apéndice, trajo una pinza, metió la mano para bajarle lo que quedaba adentro, luego decidió cortar más, era ya una herida grande y no hubo caso" -explica el Turco reviviendo la misma angustia de entonces y añade:

"Para no operarlo con anestesia general lo operó con anestesia local, pero la anestesia local, de tanto estar en el Destacamento, no servía para nada, así que el tipo resistió como pudo y de pronto decía "ahhh" y cada vez que hacía fuerza con el estómago salían todos los intestinos.
Y había que sostenerlos con la mano, y el intestino es resbaloso, y el otro cocinero tenía suero tibio y le iba echando para que no muriera por un espasmo de cambio de temperatura de los intestinos.
A la final el médico me decía "Acá paro, acá paro" y me hablaba a mí como si yo fuera médico y necesitara mi opinión, pero yo también quería que pare, porque se veía que la cosa no iba, y el otro tipo estaba a los gritos pelados. Decidimos cerrar.
La cuestión que vos metías los intestinos por acá y salían por allá, íbamos corriendo las manos para meter todo, hasta que metimos todo ahí adentro y el tipo empezó a coser, y si yo no corría la mano me la cosía, hasta que llegamos a cerrarlo y listo."

La operación había fracasado.

Se continuó con las rondas médicas diarias para seguir la evolución del paciente, la primera aproximadamente a las 9 y la otra a las 5 de la tarde.

El joven Cocinero Oliva cada vez estaba peor, volaba de fiebre, con el vientre hinchado como una embarazada, ya estaba por reventar, y los médicos de los distintos Destacamentos se pusieron de acuerdo en que iba a ser necesario abrirlo de vuelta.

El Dr. Sánchez Sánchez estaba al borde de la desesperación, pero el médico de Orcadas le dijo por radio: "Colega, porqué no hacemos un último intento, la última oportunidad para tratar de no abrirlo, vamos a probar con la sonda (...) (Abraham ha olvidado el nombre de la bendita sonda).

Se pusieron de acuerdo en intentar con la sonda, y a la media hora harían otra junta médica para ver el resultado.

Abraham continúa:

"Fuimos a la enfermería, el médico agarró un caño como de 50 cm. ¡y gordo!. "Abrí la boca", le decíamos a Oliva, ¡Que iba a abrir la boca!, ya estaba como muerto, se la tuvimos que abrir, metimos el caño, no pasaba, y de tanto hacer fuerza por fin pasó la manguerita, y cuando pasó... ¡fue un sifón, hasta el techo llegó lo que el tipo tenía adentro!, estaba con una pudrición adentro, un olor terrible tenía eso.
Y de ahí en más empezó a mejorar, bajó la fiebre que hasta entonces era muy alta, ¡ya estaba listo!.
De a poco fue mejorando hasta que se lo pudo llevar el buque ¡pasó las mil y una ese muchacho!"

EL NAUFRAGIO DEL REMOLCADOR ARA GUARANÍ

La intervención quirúrgica del Cabo Segundo Cocinero Mario Oliva es mencionada lateralmente en la historia naval a raíz de un hecho relacionado, la tragedia del remolcador ARA Guaraní.

Parece ser que la escasez y mal estado de los insumos médicos almacenados en la Base terminaron crispando la paciencia del Dr. Sánchez Sánchez, quien reclamó al mando, aún estando lejos del verano, el envío de "plasma sanguíneo, antibióticos, otros medicamentos y elementos" para continuar el "tratamiento posoperatorio" (SIC) del cocinero Oliva.

El 14 de Octubre de 1958 fue enviado a Río Grande un avión Douglas DC-4 matrícula CTA-2, para que arroje sobre Melchior la carga solicitada.

A la vez, se designó al "Remolcador Guaraní", por entonces buque de salvamento con asiento en la Base Naval de Ushuaia, para prestar apoyo meteorológico y de salvamento al solitario avión.

El Guaraní zarpó rumbo al Pasaje Drake el 14 de Octubre de 1958, a 06.00 horas, al comando del Capitán de Corbeta Gerardo Zaratiegui, en medio de uno de los fuertes temporales que son comunes en esa época del año.

El 15 de Octubre, durante la madrugada, se dan las condiciones meteorológicas mínimas y el avión CTA-2 despegó de Río Grande, cruzó el temido Pasaje de Drake y cumplió su objetivo al descargar sobre Melchior ocho bultos con paracaídas, de los cuales se lograron recuperar siete.

Abajo, en el Drake, olas de más de 15 metros eran aplastadas y reducidas a espuma por un viento que superaba los 150 Km/hora.

El ARA Guaraní reportó la existencia de averías con entrada de agua e intentó buscar refugio en Isla Nueva para reparar los daños. Hubo otra comunicación, que se interrumpió, y nunca más volvió a saberse del buque, pese a los intensos rastrillajes por mar y aire que se realizaron a continuación.

El Guaraní naufragó a sólo siete millas náuticas de Tierra del Fuego y sus 38 tripulantes continúan desaparecidos.

Abraham parece haber borrado de su mente los dos episodios recién expuestos, no relaciona el hundimiento del Guaraní con los hechos de Melchior y tampoco recuerda que se hayan arrojado bultos desde un avión.

Tal vez su inconciente prefirió eclipsar algunos recuerdos que añadían un dramatismo adicional a las situaciones que terminaba de sufrir.

POR FIN, VOLVER A CASA

Noviembre de 1958, se inicia una nueva campaña antártica, la primera misión que se le encargó al rompehielos Gral. San Martín fue dirigirse a Melchior para rescatar al cocinero Oliva y además transportar el cuerpo del comandante fallecido.

Desde Ushuaia, el buque avisó al Destacamento que estaba por partir y solicitó que recuperaran el ataúd enterrado en la nieve para su traslado.

El Turco Abraham continúa el relato:

"Menos mal que teníamos marcado el lugar con el poste, la cuestión que fuimos ahí a palear nieve, te podés imaginar la cantidad de nieve que había hasta llegar abajo.
Cuando llegamos más o menos a tres metros del suelo, eso era hielo duro, picabas y sacabas esquirlas nomás, era como picar cemento.
Hasta que por fin llegamos abajo y dimos con el ataúd, lo sacamos, lo pasamos de nuevo por la ventana de la cocina, lo pusimos en la antecámara de la frigorífica y lo abrimos.
Entonces lo vi al comandante, estaba prácticamente igual, unos dicen que tenía un poco más crecidos los cabellos, las uñas, la barba, no se, no se... y el buque no venía..., se ve que se había atrasado en Ushuaia, tardó tres días en venir.
Mientras tanto, en la base nadie quería comer carne ¡y no tenía nada que ver, si estaba en la antecámara! así que el cocinero y yo, que soy un carnicero bárbaro, nos la pasamos a bife de lomo.
Y el rompehielos ARA San Martín no pudo entrar por el hielo que había, mandó un helicóptero con camillas, hubo que poner al fallecido y al cocinero en las camillas y los llevaron al buque."

También en el helicóptero llegó el comandante de reemplazo, listo para quedarse, el Teniente Beiz, que se le acercó a Abraham diciéndole que tenía las mejores referencias de él, si quería quedarse un año más...

- "No, ni loco!" fue la respuesta del Turco que ya llevaba dos años en ese lugar."

El Teniente insistió:

- "Quedate, "vos sos una persona que..."

- "No, no me diga más nada, le agradezco todo lo que me quiera decir, pero yo me voy ahora..."

Si algo faltaba, Manuel Sánchez Sánchez, ya más tranquilo y distendido, confesó lo inconfesable:

Era estudiante de quinto año de medicina y aún no había obtenido su diploma.
A fines de 1958 el Turco Abraham y sus compañeros arribaron a Buenos Aires y antes que se produjera la "desbandada" a sus lugares de origen, fueron citados para el lunes siguiente en el Servicio de Hidrografía Naval.

Cuando Abraham llegó, el Capitán Pierrou lo saludó con calidez y le dijo en voz baja:

"Mirá Turco, ahí está la señora del comandante fallecido, te quiere conocer, quiere hablar con vos."

Abraham tragó saliva y fue al encuentro de una linda mujer que esperaba en la oficina contigua.

Ella le expresó su reconocimiento, lo invitó a su casa para presentarle a sus padres y le ofreció que contara con ella para lo que necesitara.

El Turco hizo lo que debía hacer, accedió a la visita formal y después:

"Nunca más fui, nunca más la vi, me dije esto se terminó. A otra cosa mariposa. Yo soy así, nunca me gustó sacar partido de este tipo de situaciones."

En 1962 Hugo Abraham estaba de visita en el Hospital Naval esperando su turno para el psicólogo y el psiquiatra, listo esta vez para ir a Orcadas.

Había un Cabo Principal sentado frente a él, gordo, rapado, con uniforme y gorra.

Una vez que empezaron a hablar se reconocieron mutuamente, era el cocinero Oliva, quien también esperaba su examen médico para retornar, evidentemente sus padecimientos en Melchior no habían logrado desalentar su espíritu antártico.

NOTA
El cuerpo principal de este artículo ha sido escrito en base a diversas conversaciones mantenidas entre el radioperador civil antártico Hugo Abraham con el autor entre 2008 y 2009, las lagunas en el relato son atribuibles al tiempo transcurrido desde que sucedieron los hechos referidos.
Se autoriza la reproducción de este artículo en medios impresos o digitales, tratándose de una colaboración no remunerada su publicación no significa exclusividad o propiedad del medio que la reproduzca, reservando el autor todos los derechos. © Rubén Morales, 2009.

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