Recuerdos y aventuras
de un médico en el Continente Blanco
Por el Dr. Juan Carlos ÁLVAREZ GELVES

Publicado en febrero de 2009

Era estudiante de medicina cuando ganó un concurso que lo trasladó hasta la Antártida, donde vivió 14 meses junto a otros 10 argentinos.

Recuerda sus anécdotas a 54 años de su regreso de la Base Melchior de la Antártida Argentina.

Cuando Juan Carlos Alvarez Gelves leyó el anuncio del concurso público para cubrir el puesto de médico en la Antártida, tenía 24 años.

En diciembre de 1953, nueve materias lo separaban del título y miles de kilómetros lo distanciaban de la zona más austral del planeta.

El 2 de diciembre de ese mismo año, a bordo del buque ARA Bahía Buen Suceso partió hacia una expedición que le cambiaría la vida.

Era, oficialmente, el "Practicante mayor con funciones de Médico", según precisaba la carta de la Armada Argentina.

Un 22 de febrero, pero en 1904, con el izamiento del pabellón en Orcadas se iniciaba la ocupación permanente de la Antártida Argentina. En el aniversario 105º, este célebre médico platense repasa sus anécdotas en sus catorce meses de estadía.

Lo único que este joven estudiante de medicina había leído acerca de la Antártida, era "Cuatro años en las Orcadas del sur", una novela histórica de José Manuel Moneta.

"Mis padres, al ser hijo único, nunca me limitaron a nada -relata Alvarez Gelves-. Me apoyaron para que viajara". Lo que él aún no sabía, era que al llegar a Ushuaia se hospedarían, por dos días, en el Penal del Fin del Mundo.

"NO HAY DÍA, NO HAY NOCHE"

En abril de 1954, Gelves recibió el telegrama del correo que lo convirtió en noticia de un conocido matutino nacional.

Era el único fiscal conservador de las elecciones en donde se buscaba un vicepresidente para Perón. Decía: "En la base, las elecciones duraron sólo 10 minutos.

Con medio año en la base, los once únicos argentinos en la Antártida se preparaban para vivir el día más corto del año. "El 21 de junio tuvimos sólo 45 minutos de luz, el resto fue toda noche recuerda Gelves-. Estaban todos algo depresivos por la falta de luz. No hay día, no hay noche. Entonces se me ocurrió proponerle al comandante que algo había qué hacer: resolvimos pintar el destacamento. Cuando volvió la luz, vimos que había pinceladas por cualquier lado".

Con cocinero propio, que según Gelves, preparaba unos bombones de chocolates inmejorables, las latitudes los llevaron a querer incursionar en nuevos manjares autóctonos. "Comimos corazón de foca y pechuga de pingüino. Las maceramos en whisky, pero no eran ricas, tenían un gusto a zoológico tremendo".
Si bien estábamos bien provistos de carne para toda la estadía, "un día se nos pudrió. Estaba colgada afuera de una casucha de depósito y como la temperatura variaba constantemente, se congelaba y descongelaba todo el tiempo. Eso la hacía incomible. Increíble, todo cambió cuando llegó una heladera".

La diversión y el entretenimiento llegaban por dos vías: la pesca y la radio. "Escuchábamos música y la misa del domingo gracias a la radio -recuerda Gelves-. Pescábamos mucho, hacíamos un pozo que dinamitábamos con TNT para llegar hasta el agua.

Un día pescamos uno que tenía sangre blanca. Como no lo podíamos creer, lo pusimos en formol y lo mandamos para que lo analicen en Buenos Aires".

RUTINA

Estudios glaciológicos, técnicos y la misma sobrevivencia formaban parte de la rutina diaria. "Había que 'hacer agua'. Consistía en salir a buscar, a cierta lejanía de la base, bloques de hielo que después servirían para todas las funciones", precisa Gelves.

El sentido patriótico se vivía cada día. Con la salida del sol se izaba la bandera y con la puesta se la retiraba hasta el día siguiente.

Bases de japoneses, ingleses, rusos y norteamericanos, completaban el resto de la población multicultural de la Antártida.

Entre fotos de su permanencia en el continente blanco, libros y cientos de apuntes, Gelves no para de recordar anécdotas. "El comandante vislumbró una fragata inglesa y, con señas de luces, le comunicó 'feliz viaje en aguas territoriales argentinas'. El comandante inglés respondió diciendo, 'feliz estadía en tierras de su Majestad británica'".

Gelves tuvo que vivir dos Navidades lejos de su familia y de su novia, Alicia, hoy su actual esposa.

La que más recuerda es en la que, según él, sintió miedo por primera vez. "Teníamos que cambiar el aceite del Faro 1º de Mayo que estaba a 300 mts. de distancia de la base.

Salimos a las ocho de la mañana. Una nevada intensa y densa nos atrapó y perdimos el rumbo.

Teníamos mucho frío, pensamos en prender fuego el bote para calentarnos, pero despejó un poco y empezamos a caminar. Desde la base, nuestros compañeros subieron la música para orientarnos. Llegamos a las diez de la noche".

ENSEÑANZAS

Además de los cinco kilos de más, la pila de cartas de su novia y sus padres, y el recuerdo de que "extrañaba todo", el haber de este médico en la Antártida supera ampliamente al debe de su estadía.

"Sí hay algo que me queda claro, es que uno vive a merced del esfuerzo que hace". Nunca más regresó y tampoco volvió a tener contacto con quien compartió sus catorce meses blancos. Con ganas de volver algún día, sostiene que hoy el viaje es muy caro.

Y, a 54 años del retorno al continente, uno se pregunta: "Qué me decidió a ir".

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